NOTA: El presente ensayo fue escrito por el historiador mexicano Ricardo Carvajal Medina, donde hace un breve análisis comparativo entre la vida y obra de Miguel de Cervantes y JRR Tolkien, existiendo paralelismos interesantes. El autor amablemente nos ha compartido la transcripción para el blog, se puede consultar el artículo aquí, y la revista completa aquí.
ALGUNOS PARALELISMOS ENTRE CERVANTES Y TOLKIEN
Por Ricardo Carvajal Medina
276 años es la friolera cantidad de tiempo que separa la muerte de la máxima figura de la literatura española, del nacimiento del mayor representante de la literatura fantástica. Ambos pertenecen a contextos históricos muy dispares; Miguel de Cervantes (1547-1616) vivió el esplendor del Imperio Español en el siglo XVI, mientras que a J.R.R Tolkien (1892-1973) le tocó ver en primera fila el desmoronamiento del Imperio Británico, después de las dos conflagraciones mundiales del siglo XX. Cervantes cultivó los géneros habituales de la segunda mitad del siglo XVI -poesía, teatro y novela-, mientras que Tolkien fue filólogo, poeta, profesor universitario, y como novelista le dio forma a un género de ficción que cuenta con gran éxito hasta nuestros días. Ante tal situación nos preguntamos ¿cuáles podrían ser los paralelismos entre ambos autores? Sí bien existen pocos, creemos que estos no dejan de ser dignos de ser analizados y estudiados. Nuestra intención no es abrir una línea de investigación ni mucho menos elaborar una hipótesis compleja, más no hemos querido desaprovechar el espacio que se nos brinda para exponer algunas de nuestras lucubraciones –atinadas o no–, que versan sobre el mundo cervantino del Quijote y el legendarium de Tolkien (legendarium es una palabra que Tolkien tomó del latín para nombrar al conjunto de historias sobre Arda).
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El primer paralelismo tiene que ver con la vida de ambos autores, pues combatieron en guerras de gran importancia histórica. Cervantes luchó en varias ocasiones, una de las más importantes fue en la Batalla de Lepanto acaecida el 7 de octubre de 1571, frente a las costas de la ciudad de Naupacto, al occidente de la Grecia continental. En ella se enfrentaron el Imperio Turco Otomano contra una coalición de estados europeos denominada la Liga Santa, la cual tenía por objetivo detener la expansión de los turcos, y efectivamente, esta batalla frenó el avance otomano sobre la Europa Occidental y el Mediterráneo. Cervantes llega a referirse –en tercera persona– a su vida de soldado y participación esta batalla de esta forma:
Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades; perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo [Juan de Austria] del rayo de la guerra, Carlos V, de felice memoria." (Cervantes, 1972, prólogo, p. 1.).
Por otro lado, a Tolkien le tocó combatir en las trincheras de la Primera Guerra Mundial; participó en la batalla del Somme, como oficial de comunicaciones. Esta batalla librada en 1916 fue de las más largas y sangrientas de la Gran Guerra, en ella Inglaterra y Francia trataron de hacer retroceder a Alemania, sin éxito. Sólo para darnos una idea de la magnitud del enfrentamiento, es necesario mencionar que el primer día de combate, los británicos perdieron 60 000 soldados, avanzando en un mes sólo dos millas y media; al finalizar la batalla, Alemania había perdido 500 000 soldados, y británicos y franceses 600 000 efectivos, sin contar con desaparecidos y heridos (Thomson, 1992, Pp. 81-82).
La batalla del Somme perteneció a la fase de la guerra llamada “Guerra de posiciones” o “Guerra de trincheras”, que se produjo tras el estancamiento del avance de los ejércitos europeos; se siguió la estrategia de crear posiciones reciamente fortificadas, donde la infantería cavaba trincheras para protegerse del fuego enemigo, los británicos trataron de romper las defensas con aviación, y un nuevo vehículo blindado: el tanque. Precisamente fue en esta clase de campo de batalla en el cual Tolkien estuvo involucrado, le tocó ver los edificios en ruinas, explosiones, centenares de hombres heridos y mutilados, cadáveres espantosamente destrozados por granadas, tropas cavando tumbas, olor a podredumbre, trincheras infestadas de ratas, piojos e inundadas de aguas negras. Los amigos de Tolkien murieron en la guerra, el salió ileso del combate, pero por las condiciones insalubres adquirió la llamada “fiebre de las trincheras”, pon lo cual fue llevado atrás del frente de batalla y posteriormente a Inglaterra, donde se recuperó sin tener que regresar al infierno de la guerra (Carpenter 2002, pp. 96-102). Años más tarde escribiría cómo su experiencia en la Gran Guerra había influido en la redacción de algunas partes de El Señor de los Anillos: “Las Ciénagas de los Muertos y las inmediaciones de Morannon deben algo al Norte de Francia después de la Batalla del Somme.” (Tolkien, 1993, Carta núm. 226, De una carta al profesor L. W. Forster, 31 de diciembre de 1960, p. 354).
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En el terreno literario, las concordancias son más abundantes. Cervantes y Tolkien se presentan a sí mismos como historiadores o traductores de obras ya existentes. Cervantes nos cuenta como los eruditos debatían sobre las hazañas de un tal Alonso Quijano, y él sólo presenta parte de sus inquisiciones sobre los archivos y tradiciones manchegas. A partir del capítulo IX de la primera parte, Cervantes nos narra cómo encuentra en el mercado de Toledo un manuscrito escrito en caracteres arábigos. Después de contratar los servicios de un traductor y comprar los papeles viejos, descubre que el manuscrito es nada menos que una Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo (Cervantes, 2004, Primera Parte, Cap. IX, pp. 85-88). A partir de este momento, Cervantes se muestra como editor, comentarista y enmendador (pues el autor original es un musulmán enemigo de España, ha tergiversado la historia) de dicho manuscrito, con lo que él puede presentar y dar a conocer la verdadera historia del Caballero de la Triste Figura, tanto en la primera como en la segunda parte de El Quijote.
En los borradores de lo que sería su legendarium, Tolkien nombra un personaje llamado Ælfwine o Eriol. Según los borradores más tempranos, Ælfwine de Inglaterra fue un marinero anglosajón, nacido alrededor del siglo X, único mortal de “nuestros días” que al navegar por el mar, naufragó en la isla de Tol Eressëa habitada por elfos. Ahí conoce a Pengolodh, el mayor cronista de la Tierra Media, quién le cuenta la Ainulindalë, el Quenta Silmarillion, el Libro Dorado, la Narn i Chîn Húrin, los Anales de Aman y los de Beleriand. Ælfwine-Eriol regresa a Bretaña donde vuelve todas estas historias al inglés antiguo, de las cuales Tolkien traduciría al inglés moderno y serían las historias que el presenta (Björkman, 2002). Al editarse El Silmarillion en 1977, Ælfwine-Eriol queda fuera de la historia, perdiéndose la relación entre la realidad primaria y la Tierra Media. También en El hobbit y en El Señor de los Anillos Tolkien aparece como historiador-traductor, de una serie de libros que menciona en el prólogo, nos da títulos como Historia de una ida y de una vuelta también conocido como Libro Rojo de la Frontera del Oeste (donde se encuentra la fuente “histórica” de El Hobbit), Cronología de la Comarca, Herbario de la Comarca, Palabras y Nombres Antiguos de la Comarca (Tolkien, 2013a, prólogo, Pp. 15-36).
En los Apéndices, aumenta significativamente el número de nombres y la referencia a “archivos antiguos” sobre las edades pasadas (Tolkien, 2002b). Un último ejemplo lo encontramos en Egidio, el granjero de Ham, dónde más que historiador, Tolkien se presenta como traductor de un manuscrito en latín insular (Tolkien, 2012, pp. 103-154), ambientado en el periodo más obscuro –historiográficamente hablando– de las islas británicas, la llamada Alta Edad Media, es decir los siglos V y VI, desde que el Imperio Romano abandona la isla, y se produce la llegada de invasores anglos, sajones y daneses (Malet e Isaac, 1959, P. 126), es en este período donde se localizan temporalmente las leyendas del ciclo artúrico.
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Tanto Cervantes como Tolkien retratan un pasado idílico, un pasado desaparecido por la degeneración de los valores antiguos. Don Quijote nos habla de este mundo en el denominado “Discurso de la Edad de Oro”, donde se presenta un pasado cuasi comunista de inspiración edénica: los habitantes de esa edad ignoraban las palabras de tuyo y mío, todas las cosas eran comunes, la humanidad vivía en sintonía con la naturaleza, todo era paz, todo era amistad, todo era concordia. No había fraude, ni engaño ni malicia, la justicia estaba en sus propios términos, no había qué juzgar ni quién fuese juzgado (Cervantes, 2004, Primera Parte, Cap. XI, 97-99). Con la desaparición de ese mundo, fue necesario instaurar la orden de caballería andante, “para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos” (Ídem). El mundo caballeresco sólo era el ideal de cómo debía ser la sociedad medieval, un ideal que sólo existía en los libros de caballería, universo y género literario que estaba en su declive para principios del siglo XVII. Cervantes le da el golpe de gracia a los libros de caballería al escribir Don Quijote de la Mancha, la historia de un hombre maduro que pierde el juicio por leer libros de caballería, saliendo de su pueblo creyéndose caballero andante, para enmendar el mundo, desfacer los tuertos, rescatar princesas y matar criaturas mitológicas. Irónicamente, cuando Cervantes escribió la parodia de los libros de caballería, inmortalizó al caballero andante más famoso de todos los tiempos.
Tolkien va mucho más lejos que simplemente retratar un pasado perdido, él tenía el “deseo de crear una mitología para Inglaterra” (Carpenter, 2002, P. 106). Para entender esto debemos de revisar un poco la historia de Inglaterra. Desde el siglo V a.d.n.e., las islas británicas estuvieron habitadas por pueblos de origen celta. Después del periodo de dominación romana –que abarco de los siglos I a V d.n.e. –, la antigua provincia romana de Britania fue invadida –como mencionamos arriba– por anglos, sajones y daneses, trastocando el estilo de vida celta. Una segunda invasión a manos de los normandos en 1066, borró los vestigios de leyendas celtas existentes. Tolkien lamentaba que la mitología típicamente inglesa había desaparecido tras esta serie de conquistas, a diferencia de las Eddas islandesas, o el Kalevala finlandés. Por tal motivo se propuso crear un pasado mitológico inglés, un corpus de leyendas que estuviera a la altura de las grandes creaciones mitológicas de la humanidad:
“…tenía intención de crear un cuerpo de leyendas más o menos conectadas, desde las amplias cosmogonías hasta el nivel del cuento de hadas romántico -lo más amplio fundado en lo menor en contacto con la tierra, al tiempo que lo menor obtiene esplendor de los vastos telones de fondo-, que podría dedicar simplemente a Inglaterra, a mi patria. Debía poseer el tono y la cualidad que yo deseaba, algo fresco y claro, impregnado de nuestro «aire» (el clima y el terreno del Noroeste, Bretaña y las partes más altas de Europa, no Italia ni el Egeo, todavía menos el Este); y aunque poseyera (si fuera capaz de lograrla) la sutil belleza evasiva que algunos llaman céltica (aunque rara vez se la encuentra en los verdaderos objetos célticos antiguos), debería ser «elevado», purgado de bastedad y adecuado a la mente más adulta de una tierra ahora hace ya mucho inmersa en la poesía. Trazaría en plenitud algunos de los grandes cuentos, y muchos los dejaría esbozados en el plan general. Los ciclos se vincularían en una totalidad majestuosa, y dejaría márgenes para que otras mentes y manos hicieran uso de la pintura, la música y el teatro” (Tolkien, 1993, Carta núm. 131, A Milton Waldman [borrador], finales de 1951, p. 172).
El génesis del legendarium de Tolkien se remonta a los años 1917-1925, después de su convalecencia por la “fiebre de las trincheras”. Durante este periodo escribió El libro de los cuentos perdidos, donde se esbozaron las historias de Los hijos de Húrin y Beren y Luthien. Estos relatos serían el borrador de lo que posteriormente sería publicado parcialmente como El Silmarillion en 1977. Tres fueron las motivaciones para que Tolkien emprendiera la creación de una mitología completa, una tarea con pocos paralelos en la historia de la literatura: el amor por los lenguajes, un lugar donde expresar sus sentimientos, y crear una mitología para Inglaterra.
A Tolkien le gustó desde su juventud inventar lenguas, lo que llevó a crear una realidad literaria completa (Carpenter, 2002, Pp. 105-115). El universo fantástico fue hecho ex profeso para que los idiomas inventados, como el Eldarin, Quenya o Sindarin, tuvieran un escenario donde situarse. Tolkien nos presenta un mundo ficticio con un grado de complejidad pocas veces logrado (pocos son los universos ficticios que han logrado ese nivel de complejidad, existen los casos de Conan de Robert E. Howard, las Sagas Robots, Imperio y Fundación de Isaac Asimov, Star Trek de Gene Roddenberry o Star Wars de George Lucas, los dos últimos con ayuda de otros autores): una tierra mágica con geografía y toponimia propias, habitado por criaturas y culturas exóticas, diversas razas y pueblos como los elfos, magos, hombres, enanos, hobbits, orcos, trolls, dragones, cada uno con lenguas, alfabetos y fonologías propias, y una historia de varios miles de años en común, es lo que tiene Arda con sus continentes de Aman y la Tierra Media, separados por océanos. Tolkien no trataba de dar a entender que lo que él describía hubiese ocurrido en la antigüedad, sino dar la ilusión de un pasado mitológico:
“La Tierra Media es nuestro mundo. He situado (como era de esperar) la acción en un período de la antigüedad imaginario por completo (aunque no del todo imposible), en que la forma de las masas continentales era diferente” (Tolkien, citado por Carpenter, 2002, P. 107).
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Las épocas en las cuales vivieron nuestros autores fueron de grandes cambios en los ámbitos políticos, sociales, culturales y tecnológicos. Fue el rubro tecnológico sin duda uno de los que más repercutió en la vida de nuestros autores, pues los avances en la tecnología bélica de sus respectivas épocas revolucionó la forma de hacer la guerra, de llevar la violencia mortal a otro nivel.
Ya mencionamos cómo en la Batalla de Lepanto, Cervantes recibió un arcabuzazo en la mano izquierda, dejándole dicha extremidad inmovilizada de por vida, la cual menciona que él tenía esa herida por hermosa; por este motivo se ganó el apodo de “El manco de Lepanto”. Cuando Don Quijote pronuncia el “Discurso sobre las armas y las letras”, se vuelve a mencionar la herida en la mano, en esta ocasión se mencionan los premios que recibe el soldado con el símil de los académicos: “Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recibir el grado de su ejercicio: lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo que quizá le habrá pasado las sienes o le dejará estropeado de brazo o pierna” (Cervantes, 2004, Primera Parte, Cap. XXXVIII, P. 395).
Estas reflexiones probablemente fueron producto de los años restantes que vivió sin poder mover la mano izquierda. ¿Cómo sería la historia si esa bala de arcabuz hubiera impactado en la mano derecha? ¿Habría escrito Cervantes El Quijote? Preguntas sin respuesta que caen al saco roto del “hubiera”; lo que sí nos gustaría resaltar, es el choque que debió de sentir el joven Cervantes (de 24 años) al estar luchando con fiebre, en una batalla naval tan grande, y de la nada recibir tres impactos de arcabuz. La pólvora se había convertido en un invento que en la guerra era mortal, para conocer la opinión de Cervantes sobre las armas de fuego, conviene traer la siguiente cita del “Discurso sobre las armas y las letras”:
Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra (Cervantes, 2004, Primera Parte, Cap. XXXVIII, P. 397).
El Quijote es una crítica de como las instituciones tradicionales son desplazadas por los nuevos organismos del Estado moderno: los ejércitos regulares, la Santa Hermandad, los Consejos de letrados y juristas, ocupaciones que antes eran desarrolladas por los caballeros, y ahora son realizados por un cuerpo de burócratas. De igual forma, la defensa de la paz ya no recae en los caballeros, sino en los ejércitos modernos, pagados por el Estado, la soldadesca y artillería; la guerra moderna ya no permite la búsqueda de la gloria y honra personales. En El Quijote, vemos como Cervantes considera la profesión de soldado por encima que la de los religiosos y letrados (recordemos que Cervantes estuvo ligado al Estado profesando como soldado y alcabalero). En cierta ocasión, cuando le dicen a Don Quijote que la profesión de caballero andante es una de las más estrechas de la tierra, que aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha, responde:
“—Tan estrecha bien podía ser —respondió nuestro don Quijote—, pero tan necesaria en el mundo […] Porque, si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda que el mismo capitán que se lo ordena. Quiero decir que los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra, pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas, no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano y de los erizados yelos del invierno. Así que somos ministros de Dios en la tierra y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia. Y como las cosas de la guerra y las a ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecución sino sudando, afanando y trabajando, síguese que aquellos que la profesan tienen sin duda mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden (Ibíd. Cap. XIII, Pp. 112-113.).
Sobre los letrados da su opinión en el famoso “Discurso de las armas y las letras”, donde se pronuncia sobre la importancia de las armas sobre las letras, también aquí Cervantes –por medio de Don Quijote– expresa que la única forma de vivir ordenadamente es a través del monopolio de la violencia por parte del Estado:
Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus privilegios y de sus fuerzas (Ibíd. Cap. XXXVIII, P. 396).
Durante los años de vida de Tolkien también se suscitaron grandes cambios tecnológicos, y las dos guerras mundiales provocaron la industrialización a gran magnitud de las islas británicas. En el legendarium de Tolkien no solamente se crea un pasado mitológico perdido, sino también un estilo de vida rural en que él creció, y para su madurez había desaparecido. Tolkien creció en Sarehole, aldea pequeña cerca de Birmingham, este lugar tenía todo lo que Tolkien expondría como la idílica vida de La Comarca: campos verdes, árboles, aire fresco, un río con molino, áreas que explorar e ir de picnic (Crabbe, 1985, Pp. 14-15). En la dicotomía bien-mal de El Señor de los Anillos, existe la lucha entre lo natural y lo artificial, lo bello y lo feo. Por el bando del bien vemos el uso de tecnología, cuyo fin es crear, mientras que la maldad usa la tecnología con el fin de corromper las cosas creadas. Existen ejemplos en los escritos de Tolkien donde muestra su aversión por las máquinas, por la tecnología que corrompe; en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial se expresa así sobre las máquinas:
“Bueno, la Primera Guerra de las Máquinas parece estar acercándose a su capítulo final y carente de conclusiones, dejando a todos, ¡ay!, más pobres; a muchos, desgraciados o mutilados; a millones, muertos, y sólo una cosa triunfante: las Máquinas. Como los servidores de las Máquinas se están convirtiendo en una clase privilegiada, las Máquinas han de ser enormemente más poderosas” (Tolkien, 1993, Carta núm. 96, A Christopher Tolkien, 30 de enero de 1945, p. 134).
La creación, la imaginación es una cualidad sublime de las criaturas bondadosas de la Tierra Media, mientras que las criaturas malignas sólo buscan la destrucción y el dolor. Sobre estas menciona: “Es probable que ellos [los trasgos] hayan inventado algunas de las máquinas que desde entonces preocupan al mundo, en especial ingeniosos aparatos que matan enormes cantidades de gente de una vez, pues las ruedas y los motores y las explosiones siempre les encantaron, como también no trabajar con sus propias manos más de lo indispensable…” (Tolkien, 2013b, P. 72). En El Señor de los Anillos vemos como el uso de tecnología por parte de la maldad es con el fin de destruir. Basta ver el daño a los bosques para usarlos como combustible, la reacción de Bárbol y los elfos, y la industrialización forzada de La Comarca por parte de Zarquino (Saruman), para conocer la opinión de Tolkien sobre las máquinas. (Tolkien, 2001a, 2002a, 2013a, pássim.) Incluso en las facciones opuestas, existe una marcada oposición entre lo natural y lo humano (entendiéndolo como corruptor): Los Elfos del Bosque, los Enanos de la Montaña; el estandarte de los hombres Rohan es un Caballo Blanco, y el de Gondor es un Árbol Blanco con Siete Estrellas. Mientras que por el lado del mal, vemos un Ojo Rojo en el estandarte de Barad-dûr y la Mano Blanca de Saruman (Crabbe, 1985, P. 123).
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Una última concordancia que podemos mencionar es que ambos están en contra de la guerra –la vivieron en carne propia– pero aceptan la guerra cuando es justa o en defensa de lo correcto. La “guerra justa” es una doctrina teológica-política del cristianismo, desarrollada durante la Edad Media por Agustín de Hipona, y continuada por Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez y Luis de Molina, que se mantuvo prácticamente sin actualización hasta Pío XII. Esta doctrina establece bajo qué criterios es tolerable la guerra siguiendo los preceptos de la religión cristiana; a grandes rasgos puede decirse que la doctrina de la guerra justa clásica “distingue entre las condiciones que se deben satisfacer antes de iniciarse la actividad bélica (ius ad bellum), y aquellas que han de presidir su desarrollo (ius in bello)” (Segura, 2002, Pp. 53-54).
El derecho antes de guerra consiste en los siguientes puntos (Ídem):
1- La guerra debe ser declarada y llevada a cabo por una autoridad legítima (legitima potestas).2- Debe servir a la defensa de bienes y derechos de carácter esencial, puestos en peligro por una amenaza injustificada (iusta causa).3- Antes de optar por la utilización de la violencia deberán agotarse todas las alternativas posibles (ultima ratio).4- El mal que se produzca a consecuencia de la guerra no debe ser mayor a la injusticia que se pretende combatir (proportio effectuum):5- Debe existir una perspectiva de éxito suficientemente justificada (bonus eventus).
Aparte de respetar los puntos anteriores, debe de seguirse cierta normatividad en la guerra directa (Ídem):
1- Proporcionalidad: los medios utilizados han de estar en relación con los bienes que se persiguen. En otras palabras: para que un acto militar esté justificado, el fin perseguido debe tener más peso que cualquier consecuencia negativa que pudiera resultar del mismo.2- Discriminación: la fuerza militar debe utilizarse de tal forma que se respete la distinción entre combatientes y no-combatientes. Y, en cualquier caso, la matanza intencional de no-combatientes no puede justificarse.
Nuestros dos autores –de religión católica– comparten esta doctrina para realizar la guerra en sus mundos literarios. Las ideas de la guerra y la paz cervantinas son producto del contexto europeo. Cervantes defiende el imperialismo hispano, y en sus comentarios está a favor de enfrentar a los enemigos de la Monarquía Católica: el Imperio Turco, los cismas protestantes en Inglaterra y Países Bajos, las traiciones políticas de Francia, y la piratería en el Mediterráneo y América (Insua, 2007a). Explícitamente Cervantes menciona –por medio de Don Quijote– que la forma correcta para conducirse en el uso de las armas es la doctrina de la guerra justa; argumenta sus locuras por pertenecer a la Orden de Caballería Andante, que le permite usar la fuerza para "deshacer agravios y enderezar entuertos":
“Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria. A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables y que obliguen a tomar las armas…” (Cervantes, 2004, Segunda parte, Cap. XXVII, P. 764).
Las opiniones de Cervantes por la guerra justa están marcadas por su época, así ve débil la política exterior de Felipe II (que reinó en los años 1556-1598), pues no supo sacar partida de Lepanto, ni supo sacar provecho de la anexión de Portugal en 1580. Al final de su reinado, Felipe II tiene que aceptar una serie de paces que trastocan el orden hispano, una situación en que “las letras” superaron a “las armas”: las treguas con Turquía en 1577 y 1584, la Paz de Vervins con Francia en 1598, el Tratado de Londres en 1604, y la Tregua de los Doce Años o Tregua de Amberes, con las Provincias Unidas [Países Bajos] en 1609, que empantanaron la política de Felipe II y su sucesor Felipe III (Insua, 2007a).
Tolkien por su lado era anti-belicista, el haber luchado en las trincheras y perder a sus amigos en la Gran Guerra fue suficiente para que se manifestara en contra del uso de la violencia como herramienta para acabar con los males del mundo, pues ya “…bastantes miserias y dolores hay en el mundo sin que las guerras vengan a multiplicarlos” (Tolkien, 2002a, P. 314). Se horroriza con la noticia del estallido de las bombas atómicas sobre Japón (Tolkien, 1993, Carta núm. 102, A Christopher Tolkien, 9 de agosto de 1945, p. 139), y declaraba su dolor y repugnancia por el imperialismo norteamericano y británico en el Lejano Oriente (Ibíd., Carta núm. 100, A Christopher Tolkien, 29 de mayo de 1945, p. 139). Aunque en sus escritos existen elementos suficientes para identificar el concepto de la guerra justa en su pensamiento, siguiendo la dicotomía bondad-maldad del cristianismo. Tolkien opinaba sobre las guerras lo siguiente:
“El estúpido desperdicio de la guerra es tan enorme, no sólo material, sino también moral y espiritual, que desconcierta a quienes tienen que soportarlo. Y siempre lo hubo (a pesar de los poetas) y siempre lo habrá (a pesar de los propagandistas); por supuesto, no es que no fue, es y será necesario enfrentarlo en un mundo maligno” (Ibíd., Carta núm. 64, A Christopher Tolkien, 30 de abril de 1944, p. 93).
Sobre sus amigos muertos en la Gran Guerra, hace el siguiente juicio: “el ofrecimiento de sus varias vidas en esta guerra (que, a pesar de todo el mal que por ella nos advenga, es, desde una perspectiva más amplia, buena en su oposición al mal)” (Ibíd., Carta núm. 5, A G. B. Smith, 12 de agosto de 1916, p. 18). Para Tolkien, la guerra es un mal que en caso de defensa, es necesario, y esto está reflejado en su legendarium. Si bien en todo su mundo fantástico existen diversas guerras, por lo menos en la “Guerra del Anillo” narrada en El Señor de los Anillos, vemos cómo el lado del bien cumple la mayoría de los puntos de la ius ad bellum y el ius in bello, mientras que el lado de la maldad incumple los preceptos de la guerra justa. El bando del bien, conformado por reinos legítimos de elfos, enanos y hombres, se ve obligado a defenderse de la amenaza de Mordor e Isengard, fortalezas defendidas por hombres malvados y orcos, criaturas corruptas gobernadas por los traidores Sauron y Saruman. El bando del bien sólo tiene dos opciones frente a la guerra: sucumbir o pelear, por lo que no puede producirse un mal mayor y la perspectiva de éxito no necesita justificación. La facción del mal sólo busca corromper el mundo, por lo que no hace distinción entre combatientes y no-combatientes. Todo lo anterior puede resumirse en lo que menciona Faramir a Frodo cuando le explica porque defiende Minas Tirith: “Guerra ha de haber mientras tengamos que defendernos de un poder destructor que nos devoraría a todos… (Tolkien, 2002a, P. 347).
A manera de conclusión, consideramos que existen cinco paralelismos entre la obra literaria de Cervantes y Tolkien: 1) Un hecho capital es que ambos fueron soldados, sus vivencias en la guerra influyeron notablemente en sus creaciones literarias y en la forma de concebir el mundo. 2) Otro paralelismo notable, es que ambos se presentan como historiadores, así inventan títulos de manuscritos de dónde han tomado los datos “históricos” para escribir sus historias, es decir, existe un juego entre el escritor y lector en el que se pretende que lo narrado pertenece a la realidad primaria. 3) Las guerras en que combatieron se situaron en épocas de importantes cambios tecnológicos, que propiciaron una revolución en el arte bélico, pero también se extendieron a otros ámbitos de la sociedad humana, en especial en el pensamiento, así se palpa un cambio importante en los sistemas de creencias y valores, que ya no son los mismos con los cuales crecieron nuestros autores. 4) Por eso en sus mundos literarios encontramos una lucha constante entre lo viejo y lo nuevo, lo correcto y lo incorrecto, en cómo en el pasado desaparecido las cosas eran mejores y ahora las cosas se están transformando en otra cosa, no siempre para bien. 5) Por sus escritos podemos ver que compartían los preceptos de la doctrina de la guerra justa, de origen cristiana. Estos paralelismos son –los que a nuestro juicio– podemos resaltar de estos dos soldados-poetas.
FUENTES
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(1985) J.R.R. Tolkien. Traducción de Federico Patán. Fondo de Cultura Económica, (Breviarios núm. 408).
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(1959) La Edad Media. Con la colaboración de Narciso Binayá. Edición enteramente refundida y puesta al día. Buenos Aires, Librería Hachette.
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TOLKIEN, J.R.R.
(1993) Cartas de J.R.R. Tolkien. Recopilación de Humphrey Carpenter con la colaboración de Christopher Tolkien. Traducción de Rubén Masera. España, Planeta DeAgostini-Minotauro, (Biblioteca Tolkien).
(2001a) El Señor de los Anillos 2. Las dos Torres. Traducción de Matilde Horne y Luis Domèmenech. 10ª reimpresión, México, Editorial Planeta-Minotauro.
(2001b) El Silmarillion. Edición de Christopher Tolkien. Traducción de Rubén Masera y Luis Domèmenech. Reimpresión, Minotauro.
(2002a) El Señor de los Anillos 3. El retorno del Rey. Traducción de Matilde Horne y Luis Domèmenech. España, Planeta DeAgostini-Minotauro, (Biblioteca Tolkien).
(2002b) El Señor de los Anillos. Apéndices. Traducción de Rubén Masera. España, Planeta DeAgostini-Minotauro, (Biblioteca Tolkien).
(2012) Cuentos desde el Reino peligroso [Antología de relatos]. Ilustrado por Alan Lee. Traducción de Estela Gutiérrez. 3ª reimpresión, Editorial Planeta-Minotauro-Booket, (Biblioteca J.R.R. Tolkien).
(2013a) El Señor de los Anillos 1. La comunidad del Anillo. Traducción de Luis Domèmenech. 3ª reimpresión. México, Editorial Planeta-Minotauro-Booket, (Biblioteca J.R.R. Tolkien).
(2013b) El Hobbit. Traducción de Manuel Figueroa. 7ª reimpresión, Editorial Planeta-Minotauro-Booket, (Biblioteca J.R.R. Tolkien).
ARTÍCULOS DE LIBROS
SEGURA ETXEZÁRRAGA, JOSEBA.
(2002) “La teología cristiana ante la guerra justa” en: CARRILLO CÁZARES, ALBERTO. La guerra y la paz. Tradiciones y contradicciones. El Colegio de Michoacán, Zamora, Vol. I, Pp. 47-69.
PÁGINAS WEB
BJÖRKMAN, MÅNS.
(2002) Los Cronistas de Arda. Traducción de “Eviore”, en: http://www.uan.nu/dti/trad-cronic.html (Consultado 18 de septiembre de 2014)
INSUA RODRÍGUEZ, PEDRO
(2007a) “Guerra y Paz en El Quijote, I”, en: El Catoblepas. Revista crítica del presente. Núm. 59, enero, 2007. En: http://www.nodulo.org/ec/2007/n059p12.htm (Consultado 15 de octubre de 2014)
(2007b) “Guerra y Paz en El Quijote, II”, en: El Catoblepas. Revista crítica del presente. Núm. 68, octubre, 2007. En: http://www.nodulo.org/ec/2007/n068p10.htm (Consultado 15 de octubre de 2014)
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CARVAJAL MEDINA, RICARDO. “Algunos paralelismos entre Cervantes y Tolkien”, en: Letrina. Letras para tocador y otros lapsus lingüe, México, 2014, Revista en línea con apoyo de la Beca Edmundo Valadés del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, septiembre-octubre, núm. 15, Pp. 6-21. (Consultado 18 de noviembre de 2014, http://issuu.com/revistaletrina/docs/letrina_15)
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CARVAJAL MEDINA, RICARDO. “Algunos paralelismos entre Cervantes y Tolkien”, en: Letrina. Letras para tocador y otros lapsus lingüe, México, 2014, Revista en línea con apoyo de la Beca Edmundo Valadés del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, septiembre-octubre, núm. 15, Pp. 6-21. (Consultado 18 de noviembre de 2014, http://issuu.com/revistaletrina/docs/letrina_15)